-Prométeme
que lo cuidarás.-susurra.
Uzumaki
vuelve a asentir.
-Lo haré.
Diez años más tarde
Itachi
-¡Esclavo! ¿A eso le llamas limpiar? ¡Sácale más
brillo!
Suspiro, levanto la cabeza y fulmino a mi amo con
odio. Me gano una bofetada por ello que me hace caer tumbado sobre el suelo que
precisamente estaba limpiando. Entonces oigo pasos acercándose a mí, justo
antes de sentir la punta de una bota clavándose en mi baja espalda con
extraordinaria furia y fuerza. Ruedo por el suelo a causa de la patada y mi
cara colisiona contra la pata de la cama, un conocido crac me anuncia que he vuelto a romperme la nariz y que la sangre
resbala a borbotones por mi cara.
-Quiero que cuando vuelva, esto brille. Y ni un
rastro de sangre, o yo sí que te voy a hacer sangrar de lo lindo.
Siento un cosquilleo sumamente desagradable
extenderse por las heridas abiertas de mi espalda y mi mirada vuela hacia la
fusta de montar que se encuentra sobre la mesilla de noche de mi amo. No, no
quiero volver a pasar por eso.
-Descuide, amo.-mi voz suena gangosa por la sangre
que aún me sale de la nariz y me intento
limpiar un poco con la manga de los harapos que llevo.-Será como vos deseáis.
Ni se digna a dedicarme una mirada, coge su espada y
su armadura y se va. Pero justo antes de cerrar la puerta, se gira hacia mí y
me escupe al rostro.
Me quedo sólo en el dormitorio de mi amo, intentando
limpiar mientras que mi nariz ensucia milímetro que adecento. La condenada
duele como mil demonios, pero intento ignorar el dolor.
Es difícil acostumbrarse a los malos tratos, pero
tras diez años viviendo como un esclavo, como un juguete, ya los considero casi
mera rutina. No recuerdo nada, nada, aparte de abrumadora desesperación y dolor
en mi existencia, podría decirse que jamás he sentido nada más que eso. Pero no
he vivido toda mi vida aquí como esclavo, sé que hasta los cuatro años viví con
otra gente en otro sitio, pero no recuerdo nada, así que es como si no hubiese
sido así, como si eso lo hubiera vivido otra persona.
Lo único que sé de mí es que me llamo Itachi y que
tengo catorce años. Mi amo se llama Kazuki, y él, a su vez, tiene otro amo,
llamado Orochimaru, que es el jefe de la aldea donde vivimos. Personalmente no
le conozco, sólo lo sé porque a veces habla de él.
Yo he salido muy pocas veces de casa, solamente he
llegado hasta el jardín, cuando Kazuki me manda a buscar agua a la fuente. No
conozco a nadie más que a Kazuki.
Bueno, él suele traer a otros hombres de la aldea,
amigos suyos, a casa, pero yo no tengo permiso ni para mirarlos, ni para
hablarlos, ni para estar en la misma estancia que ellos, porque les molesto.
Pero ellos a veces vienen a verme a mí,
y me pegan. De vez en cuando me manosean, pero no llegan a más. Me considero
afortunado por eso.
Alguna vez, mientras los sirvo, he escuchado a los
amigos de Kazuki contarse unos a otros sus aventuras con sus esclavos, y se me
ponen los pelos de punta. Tengo miedo de que alguna vez a Kazuki le dé por
hacerme ese tipo de cosas, pero aún no lo ha hecho, ni ha dejado que me lo
hagan, aunque sé que algunos de sus amigos quieren.
Mi vida se limita a servir a mi amo en todos los
aspectos. Dormimos en la misma habitación, por si a él le hiciese falta algo
por la noche. Él ocupa la cama y yo duermo en el suelo, tapándome con un trapo.
Como de sus sobras, hago mis necesidades en el jardín, y busco mi propia agua
cuando necesito. Si descontento a Kazuki, me castiga. Cuando era pequeño me
castigaba sin comer o sin dormir, ahora que soy más mayor emplea conmigo otro
tipo de castigos, a mi ver peores. Le gusta atarme a la cama completamente
desnudo y con una pequeña llama me quema partes del cuerpo, hasta que acabo
chillando, pidiéndole piedad, porque no aguanto más. De alguna manera, sabe dar
con mis partes más sensibles, y lo paso fatal. Otro de sus castigos, que
también disfruta mucho de aplicar, es atarme de rodillas al cabecero de la cama
y azotarme, ya sea con una fusta, una vara, o con su propia mano. La crueldad
de mi amo no tiene límites, y me suele dejar completamente destrozado. Tiene
muchos más castigos en la manga, a cada cual más truculento, más doloroso, y
más insoportable.
Cada vez que me castiga, me siento roto, tanto
física como anímicamente. Físicamente por las torturas a las que me somete,
anímicamente porque, en mi destrozada autoestima, me duele mil veces más que a
cualquier otra persona le dolería el pensar que de verdad me hago de odiar
tanto como para que alguien disfrute tanto como Kazuki disfruta, haciéndome sufrir.
En verdad sé que no le importo a nadie. En mis diez
años de esclavitud, nadie ha venido a salvarme de otras aldeas, ni siquiera
nadie de aquí se ha interesado por mi estado después de pasarme una noche
entera gritando a causa de Kazuki. No tengo ni familia, ni amigos, ni nada. A
veces, por la noche, me gusta imaginar cómo sería todo si mi vida hubiese sido
diferente. En cómo hubiera sido mi vida si yo fuese importante. En cómo hubiese
sido todo si fuese alguien.
-Levántate y vístete.-ordena Kazuki, entrando por la
puerta. Me tira algo a los pies, que parece que es ropa.-Esta noche sucede algo
importante.
No tengo derecho a preguntar, así que me quedo
callado, mientras me incorporo rápidamente.
Por suerte, antes de que llegase he terminado de
limpiar toda la casa, e incluso me he podido curar la nariz, me siento
orgulloso, Kazuki no me podrá hacer nada.
Este se pasea por la estancia, como evaluando mi
trabajo. Cuando termina, me mira directamente
y yo bajo la mirada, asustado.
-¿No te interesa saber lo que va a pasar esta noche?
Sorprendido por el hecho de que me pida opinión,
asiento con una corta y tímida cabezada. La verdad es que su vida social me
importa bastante poco, pero sería una falta de sumisión decírselo así. Mi amo
se enfadaría. Y lo último que quiero es que se enfade.
Kazuki camina hacia mí y me agarra con fuerza la
parte posterior del pelo, obligándome a alzar la cabeza de una manera tan
brusca que me da un tirón en el músculo.
-Voy a venderte a un nuevo amo.-susurra Kazuki, con
sus ojos fijos en los míos.-Por fin esta noche me libraré de ti para siempre.
Esa es una afirmación
bastante hipócrita, si tenemos en cuenta que casi hasta le limpio los mocos, no
sé qué haría sin mí. Pero en este momento, lo que más me preocupa es el hecho
de que…por primera vez en mi vida de esclavo
voy a salir de la casa de Kazuki. Voy a conocer a otra persona que no es
él. ¡Voy a servir a otra persona! ¿Y si es uno de los amigos de Kazuki? ¿Uno de
esos que hacen cosas raras a sus esclavos? ¿Y si la persona a la que me va a
vender Kazuki es…peor que él?
-¡No!-exclamo, olvidándome
del título, de mi sumisión, y de todo.-¡No me vendas!
La mano de Kazuki vuelve a
estrellarse contra mi mejilla. Jadeo, lucho por retener las lágrimas de puro
pánico.
-¡Cállate! En primer lugar,
tú no decides, decido yo. ¿Ha quedado claro? En segundo lugar, aún no está
claro que te vaya a vender. Aún el comprador tiene que verte. Eres tan
repugnante que no sé quién se iba a querer quedar contigo, pero esta noche
estoy decidido a venderte, y tú cooperarás. Si no cooperas, te aseguro que te
mataré mil veces esta noche, y te haré esas cosas que no te he hecho hasta
ahora, esas que Akihiko y Nasagi hacen a sus esclavos.
Sus manos descienden por mi
espalda, apretando con fuerza las heridas de mi cuerpo que un par de noches
atrás abrió el mismo con la fusta. Aprieto los labios para no jadear de dolor,
no quiero darle el gusto de saber lo muy sensibilizada que está cada una de
esas zonas en carne viva.
Tienta por debajo del
pantalón y, ni corto ni perezoso, aprieta cada nalga con una mano directamente
piel contra piel. No, no…odio ese contacto, tan íntimo, tan asqueroso, tan
humillante.
Su mano derecha, viaja por
mi trasero y se cuela en el espacio entre mis nalgas. Viaja por todo el
territorio de mi piel, tocando, apretando, pellizcando con fuerza. Duele, y no
soporto su intrusión.
De repente, introduce de
golpe un dedo entero en el orificio que tengo en el trasero. Siento como si la
piel se me desgarrase de un tirón, como si todos mis músculos se rebelasen
contra la intrusión, y grito, grito con muchísima fuerza.
-¡Pare, amo! ¡Haré lo que
quiera, pero sáquelo!
Tengo los ojos anegados en
lágrimas, me odio por ser tan débil. Me odio por no poder detener a Kazuki, sé
que no soy nadie y no tengo derecho, pero, si no soy nadie, ¿Por qué me duele
tanto?
Como única respuesta, mueve
el dedo dando vueltas en mi interior, generando más roces bruscos que me hacen
gritar más y más. Me sacudo, aprieto los ojos con fuerza. No consigo contener
muy bien el torrente de lágrimas que amenaza con salir.
-¿Crees que esto que sientes
es dolor, Itachi? Porque si lo crees… aún no has sentido nada.
Introduce otro dedo y los
abre todo lo posible en mi recto. Vuelvo a gritar y aprieto los puños con toda
mi fuerza a ambos lados de mi cuerpo.
-Voy a venderte,
esclavo.-continúa Kazuki.-Y si crees que yo he sido malo contigo…no tienes ni
idea de lo que te espera con tu nuevo amo.
Continúa follándome con dos
dedos, desgarrándome desde el interior, un lapso de tiempo más antes de decir:
-Vas a echarme de menos,
puta.
Kazuki me viste con un kimono
tradicional japonés, me lava, me peina el pelo, me perfuma, me maquilla, y me
pone una diadema muy rara con orejas de gato pegadas en la misma. No me da ni
de comer ni de cenar, alegando que, si tengo hambre, más me vale ganarme al
nuevo dueño para que él me alimente, porque él, por su parte, no piensa volver
a hacerlo. Y finalmente, salimos.
Me pone una correa y me
lleva todo el trayecto tirándome de la misma. Es noche cerrada, así que no puedo
ver mucho mundo. Igualmente es toda una experiencia salir de casa por primera
vez en tu vida, tras diez años encerrado en el mismo putrefacto cubículo.
Ah… El aire veraniego, de un
frescor sumamente agradable, el reflejo de la luna y las estrellas…alzo la
cabeza al cielo y las observo, perdido en mis ensoñaciones. Sé que existen
miles de leyendas sobre estrellas caídas que se convierten en hermosas y
bondadosas mujeres. ¿De verdad habrá alguien allí, viéndome?
Kazuki prescinde de observar
las estrellas y, sin piedad, continúa arrastrándome hacia nuestro destino.
Hacia el palacio real, el
hogar de su amo, Orochimaru. Así que es allí a dónde me lleva…
El palacio de Orochimaru se
yergue en la oscuridad como una montaña con vida en su interior. Una mole
gigantesca, completamente gris, que se extiende hasta el cielo, con cientos y
cientos de ventanas en todas las plantas, muchas de ellas con luz en su
interior.
Se me encoge el corazón. La
visión es verdaderamente espeluznante, ¿Qué es lo que me aguarda allí? No creo
que Orochimaru quiera adquirirme precisamente a mí como esclavo, así que supongo que a quien tengo que intentar
agradarle es a uno de sus guardias, o a un miembro de su servidumbre. Mi
pregunta es…¿Por qué entonces me lleva al palacio de Orochimaru para la
transacción en mitad de la noche, y por qué me ha arreglado tanto y de esta
forma tan rara?
De esa guisa, amo y esclavo
atravesamos la verja de entrada y los despampanantes jardines. Tanta naturaleza
y lujo es hermoso, pero lo siento un poco egoísta y cruel. Tantos esclavos
viviendo penurias, muriendo de hambre, de frío y de tristeza, o sin ir más
lejos, los pobres de su propio reino, malviviendo en situaciones semejantes a
la esclavitud…y él, un rey, representación del pueblo, desoyendo las súplicas
de los que están más abajo en categoría social, teniendo tantas comodidades
para él sólo.
Sigo pensando en eso mientras
entramos en el palacio, mientras observo su increíble decoración. Kazuki no me
deja admirarla mucho, camina casi con prisa.
Llegamos a una enorme puerta
y entramos por ella. El guardia que está junto a la misma, nos saluda con una
inclinación de cabeza.
Contemplo la sala. Es
grande, muy grande, y está abarrotada de gente, todos de clases altas.
Han colocado unos bancos, sobre los cuales se
están sentando los señores, y el resto de la sala está ocupada por un enorme
escenario, de momento con el rojo telón echado.
-¿A vender o a
comprar?-inquiere el guardia.
-A vender.-sonríe Kazuki y
le muestra mi correa. Los ojos del guardia me recorren de arriba abajo,
descaradamente. Siento todos los colores subirme al rostro, junto con un
conocido y enorme pánico.
-Entre por esa puerta.-le
señala a Kazuki una que está al lado de aquella por la cual acabamos de
entrar.- Irán saliendo por turnos.
Abandonamos la sala y
entramos en la otra, en la que el guardia nos ha indicado.
En ella hay menos gente, y
todos están de pie. Se respira la tensión en el minúsculo cuartito, que sin
duda da al escenario, puesto que en un rincón hay unas escaleras que dan a la
parte de atrás del telón rojo.
Contemplo a cada persona, y
me sorprende comprobar que todo son parejas amo-esclavo, como yo y Kazuki. Los
esclavos son más o menos de mi edad, aunque creo que todos son mayores, y sus
amos los han arreglado tanto como el mío a mí. Algunos van casi desnudos, con
el torso al aire, tapados solo por un taparrabos,
o con monos de vinilo tan ceñidos que tanto daría que fuesen completamente
desvestidos, de tan poco que dejan a la imaginación.
Dándome de cabezazos
mentales por mi estupidez, lo comprendo. Van a vendernos a todos a los señores
que están al otro lado del telón rojo. Me pregunto si todos los esclavos
tendrán tanto miedo como yo de abandonar a sus actuales amos. ¿Cómo los tratarán?
¿Les habrán hecho cosas feas?
Una patada en la
entrepierna, propinada por la rodilla de mi amo, me hace darme cuenta de que
estaba mirando directamente a los otros amos. Emito un grito por el dolor y me
doblo sobre mí mismo. No es la primera vez que me golpea ahí, pero jamás me acostumbro a sentir el lacerante dolor, como si
mil cuchillos rasgasen mi abdomen, a sentir como este mismo asciende hasta mi
estómago. Esa es otra de las muchas cosas
de mi vida como ser inferior a las que jamás me he acostumbrado, y no creo
que jamás llegue a acostumbrarme.
Instintivamente, llevo ambas
manos a mi entrepierna, buscando aliviarla, pero antes de posarlas sobre la
misma, un tirón a la correa dado con muy mala idea me lo impide.
-No lo hagas.-advierte
Kazuki.-Deja el dolor ahí. A ver si te enseña a comportarte.
Caigo de rodillas sobre el
suelo, completamente indefenso, y muy humillado por el hecho de que esto haya
pasado delante de más gente, de más
esclavos. No soporto el sentir cómo el dolor asciende por mi médula espinal, pero
no me atrevo a contradecir a Kazuki y aliviarlo. Sé que sería capaz de cosas
mucho peores, y que le daría igual que hubiese espectadores delante a la hora
de llevarlas a cabo.
Nadie comenta nada, pero a
través de la película de lágrimas que me ciega, puedo advertir como muchos
esclavos me miran con lástima, con conmiseración, solidarizándose conmigo
porque ellos saben lo que se siente. Y en mi isla de desesperanza, miedo,
tristeza y desgarradora soledad, siento un ramalazo de una especie de calor confortable
instalarse en mi pecho, al sentirme conectado con alguien.
También puedo ver cómo
muchos amos me miran, pero de una manera diferente. Casi con lascivia.
-¿Cuántos años
tiene?-pregunta uno, pasándose la lengua por los labios.
-Catorce.-responde Kazuki en
tono animado, orgulloso por la mirada que ese hombre me dedica.
-¿Pertenece a la aldea
Igawakure, aquella que asaltaron hace diez años?
-Sí, como todos.
- Vienes a devolverlo,
¿No?-inquiere el hombre con sorna.-Yo tenía la esperanza de quedarme con el
mío, pero no creo que Orochimaru lo consienta.
Veo por el rabillo del ojo
como Kazuki asiente y sonríe por educación. ¿A qué se referirán?
Justo entonces se abre la
puerta y entra el guardia de antes.
-Señores, vamos a empezar.
Ustedes, Kazuki y Nagasaki, quédense al final. Ya saben.
Kazuki y otro amo responden
afirmativamente, y el guardia se va.
Oímos como, al otro lado del
telón rojo, alguien pronuncia unas palabras que no entiendo muy bien. Algo de
la aldea de Igawakure, donceles y demonios Hiyokus. Luego grita un nombre, y
uno de los amos que se encuentran con nosotros se apresura a enderezarse,
levantar de un tirón a su esclavo, que es uno de los que van en taparrabos, que
se había tumbado en el suelo a sus pies, y cruza el telón hacia el otro lado.
-¡Misaki, dieciséis
años!-exclama el que habló antes.-¡Precio de partida, dos mil yens!
Es una subasta…¡Una subasta
de esclavos!
Pronto el aire en la sala
colindante se llena de gritos. Uno declara que ofrece dos mil quinientos yens,
y casi se lo van a dar a él, cuando otro exclama que él da tres mil. El de
antes declara que entonces él da cuatro mil, y el otro responde con cinco mil
quinientos.
Así entre uno y otro van
subiendo el precio, parecen verdaderamente encaprichados con el tal Misaki, y
en mi mente ya empezaba a hacer cávalas sobre cuál se quedaría finalmente con
él, cuando un tercero exclama a grito pelado que él da veinte mil. Nadie ofrece
más, cuentan uno, dos y tres y se lo adjudican a ese tercero.
Momentos más tarde, el amo
que había salido regresa, completamente sólo.
-Voy a recoger el
dinero.-les cuenta a los otros amos.- ¡Que tengáis suerte!
Luego, llaman a otro
esclavo. También es vendido por una suma alta, y luego otro más sale de la
sala, y otro más, y otro más. Cada vez somos menos, y cada vez siento más
pánico. ¿Cuándo será mi turno? ¿Cuánto darán por mí? Kazuki siempre dice que no
valgo nada, así que no creo que me vayan a vender por mucho.
Al cabo de media hora, sólo
quedamos tres esclavos en la sala. Uno sale a ser subastado, y nos quedamos el
otro y yo solos, junto con nuestros respectivos amos, naturalmente.
El otro chico parece el más
joven de todos los esclavos que hemos pasado por esa sala aquella noche, junto
conmigo. Tendrá más o menos mi misma edad.
Su amo lo ha vestido con un
simple pantalón corto, holgado y ceñido a la cintura por un cinturón de kimono.
Esa prenda tan minúscula deja ver el resto de su cuerpo, de su piel, o dejaría
ver, si no fuese porque está tendido en el suelo, hecho un ovillo y abrazándose
a sí mismo, tapando con sus brazos la mayor cantidad de piel desnuda que puede
abarcar.
Por lo poco que puedo ver de
él estando en esa posición, puedo saber que es un chico alto, un palmo más que
yo, y que sus ojos son negros y rasgados. Su pelo es tan negro como el mío,
pero él lo lleva considerablemente más largo. Tiene la piel pálida como la cal,
algo en ese extraño chico me recuerda a mí. Tal vez seamos originarios de la misma
aldea, o quizá seamos parientes lejanos. La idea hace que se me encoja el
corazón de júbilo, de alivio al creer encontrar una cara amiga.
Continúo contemplando al
chico mientras el esclavo que acaba de salir es vendido por cincuenta mil yens.
El amo del recién subastado
atraviesa de nuevo el telón, se despide de Kazuki y el otro amo, y se va.
¿Quién de nosotros será el
próximo en salir?
De repente, al otro lado del
telón se empieza a oír ruido de gente y de pasos, creo que toda la muchedumbre se
está levantando para irse. ¿Y el otro esclavo
y yo? ¿No vamos a ser vendidos?
Pero…el guardia de antes les
dijo a mi amo y al otro que se quedasen al final. Así que tendrán pensado algo
especial para nosotros.
El ruido de gente
levantándose perdura unos momentos, pero finalmente se extingue. Es entonces
cuando, al otro lado del telón, se oye:
-¡Nagasaki, Kazuki! ¡Traed a
vuestros esclavos aquí!
Sin perder tiempo, Kazuki y
Nagasaki dan sendos tirones a sus correas, poniéndonos en pie al otro esclavo y
a mí, y sin más dilación nos arrastran al otro lado del telón.
Los bancos del público están
completamente vacíos y el guardia que estaba situado al lado de la puerta no
está ya. En el escenario solo hay un hombre, al cual no había visto antes.
Es un señor alto, delgado,
de aspecto imponente, como si exigiera reverencia. Tiene el pelo bastante
largo, negro, y sus ojos, de aspecto amenazador por cierto, son verdes, muy
verdes. Presentan una forma rara, al igual que sus rasgos físicos. Contemplarle
cara a cara se me antoja como contemplar de la misma forma a una serpiente,
rastrera y asquerosa. Como no tengo permiso para mirarle, aparto la vista
rápidamente.
Él mismo, nos indica con un
gesto de mano que nos acerquemos a él, y Kazuki me arrastra hasta la mitad del
escenario.
-Gracias por traerlos.-dice
ese hombre tan raro, siento miedo.-Ahora que los veo en persona, debo admitir
que son tan hermosos como los imaginaba. O quizá aún más.
El hombre camina hacia
nosotros y siento el impulso de retroceder, pero Kazuki me lo impide,
empujándome disimuladamente.
Sin embargo, no va hacia mí,
sino hacia el otro esclavo, que tiembla como una hoja y respira
entrecortadamente. Ajeno a su miedo, el hombre coloca una mano sobre su mejilla
y la acaricia.
-Unos dignos herederos de
Igawakure.-continúa.-Tenía muchas, muchas ganas de conocerlos.-se gira hacia
Kazuki, sin apartar su mano de la mejilla del otro esclavo.
Mi amo, como intuyendo que
debería decir algo, hace una reverencia y afirma:
-Para nosotros es un placer
poder serviros de esta forma, gran rey Orochimaru.
El otro amo, Nagasaki,
corrobora sus palabras con un rápido asentimiento de cabeza.
¡Gran rey Orochimaru! De esa
forma que estoy ante el mismísimo amo de mi amo, ante el gran señor de la aldea
en la que actualmente vivo.
-Gracias, amigos.-sacude la
cabeza de un lado a otro lentamente. Se separa por fin del otro esclavo y
comienza a pasearse por el escenario, mirando a Kazuki y a Nagasaki.- Cómo ya
sabéis, la aldea Igawakure, la que posee, o poseía los demonios más poderosos,
los Hiyokus más fuertes y los donceles más hermosos, fue hecha nuestra hace
diez años. Pero los donceles que secuestramos entonces eran simplemente niños.
Por eso os los he…”prestado”, a vosotros, leales súbditos, durante todo este
tiempo, para que los “cuidéis” y preparéis para cuando este día podía llegar.
El día en el cual, tendríais que “devolvérmelos” a mí, puesto que yo me declaré
su legítimo amo en su tiempo.
>>Por supuesto, los
donceles que secuestramos en aquel momento, son muchos, y no pensaba
quedármelos yo todos… La mayoría los vendí, los regalé, los metí a rameras y no
me interesé por ellos más. Pero estos dos son especiales, son los que quiero
para mí.
A mi lado, mi amo frunce el
ceño casi imperceptiblemente.
-¿Especiales en qué sentido,
señor?
Orochimaru detiene su paseo
en seco y mira fijamente a Kazuki.
-Existe una maldición.-le
explica.-Hace muchos años, en el tiempo de guerras por concebir hijos semidioses,
un viejo brujo echó una maldición, con la cual impedía a todos los donceles
concebir.
Mi amo abre los ojos de par
en par, como si semejante cosa fuese surrealista o impensable. Personalmente
yo, no entiendo de qué hablan. ¿Donceles? ¿Concebir?
-Por supuesto,-continúa el
gran rey.- al ver que los intentos de los varones por preñar a los donceles
eran totalmente infructuosos, estos abandonaron toda esperanza. Las guerras
terminaron. Todo se dio por perdido.
>>Pero señores, yo
llevo décadas investigando dicha maldición. Y creo que he encontrado un modo de
romperla. Necesitaba al doncel más joven de la aldea de Hiyokus más fuerte, la
cual viene a ser la de Igawakure. Por eso os he hecho traer a vuestros esclavos
aquí, porque son los dos Hiyokus de Igawakure con vida más jóvenes.
-Mi señor.-interrumpe Kazuki
de nuevo.- Mi señor, perdonadme, pero pensé que sólo necesitabais uno…
Orochimaru asiente.
-Sí, sólo necesito a uno, el
más joven. Pero estos dos esclavos que tenemos aquí, Itachi y Neji…-sus ojos se
posan primero en mí y luego en el otro esclavo, en Neji, por orden. Ambos
bajamos la cabeza en señal de sumisión.- son exactamente igual de jóvenes.
Ambos nacieron el mismo año, el mismo veintinueve de Julio, ¿No es así?-ambos
amos, que lo saben, asienten.- Por eso, es imposible saber cuál es mayor, a
menos que juzgásemos por las horas, y mis hombres no fueron capaces de dar con
esa información tan precisa. Pero lo mismo da.-se encoje de hombros.- O es uno,
o es otro. No pienso arriesgarme y decidir, me los quedo a ambos. Decidme sus
precios, os los pagaré gustoso.
Instintivamente, Neji y yo
nos miramos. De forma que no me había equivocado, somos paisanos…y a partir de
ahora, esclavos del mismo amo. Aunque no he entendido mucho de todo lo que
acaba de decir Orochimaru, puesto que no lo había oído en mi vida, no me ha
sonado nada bien.
Tengo miedo, pero esta vez
no estoy sólo. Al menos no completamente.
Diez minutos más tarde,
Orochimaru ya había pagado el precio que le habían ordenado nuestros amos (por
cierto que el mío exigió por mí bastante más de lo que según él yo valgo),
Kazuki y Nagasaki se habían ido, él ya se había hecho con nuestras correas y
ahora nos bajaba a la parte baja de su castillo, a las mazmorras.
El pasillo de las mazmorras
es de piedra, huele fatal y está muy mal iluminado. Siento verdadero asco
cuando Orochimaru abre la segunda puerta a la derecha y nos hace pasar a una
sala muy pequeña, llena de paja sucia cubriendo todo el suelo, con un solo
plato de comida vacío en un rincón.
-A partir de ahora, viviréis
aquí, esclavos.-anuncia.
Eso me sorprende de
sobremanera. Me extraña que nos haga dormir en este antro, puesto que él
dormirá en los pisos superiores, en mejores condiciones, y los amos, al menos
Kazuki, suelen querer que sus esclavos durmamos cerca por si necesitan algo
durante la noche.
Creo que Neji también piensa
lo mismo, porque Orochimaru nos mira a ambos para luego explicar:
-Vosotros no vais a ser mis
esclavos domésticos, tengo otros que lo son. Igualmente quiero que obedezcáis a
todas las reglas de sumisión que teníais con vuestros anteriores amos, o
incluso más, dado que mi posición está mucho por encima de la suya. Pero no os
encargareis de mis tareas, no trabajaréis para mí. Vosotros dos, a partir de
ahora, sois sólo mis esclavos sexuales, encargados solamente de darme un hijo.
Abro los ojos de par en par
y miro a Orochimaru aterrado, olvidado que no puedo dirigirle la mirada. No,
no…no puede hacerme eso, no puede obligarme a tener relaciones con él, mucho
menos a dejarme…¿Embarazado? ¿Es eso posible en un hombre? Este tío está loco,
no me dejaré.
El rey advierte mi mirada y acerca
su mano a mi cara, pero, en vez de pegarme, lo que hace es agarrarme por el
mentón con enorme y rabiosa fuerza, y acercar su rostro al mío.
-Empezaré contigo,
Itachi.-siento un escalofrío recorrerme cuando su lengua de serpiente pronuncia
mi nombre.- Os recomiendo a ambos esforzaros mucho en lo de darme un hijo,
porque en cuanto encuentre al correcto, al otro lo mataré.
Grito al colisionar contra
la pared de espaldas, quedando cara a cara con Orochimaru, cuyos dientes
vuelven a rasgar mi cuello. No me atrevo a gritarle que se detenga, no me
atrevo a intentar apartarle, a saber de lo que sería capaz si le faltase al
respeto, tiene pinta de ser aún más cruel que Kazuki.
Estoy en el dormitorio de
Orochimaru, que, como había deducido, es enorme y lujoso. Me ha subido allí
tras dejar a Neji en la mazmorra, para empezar conmigo la locura esa de
intentar concebir.
Me agarra del cuello por la
parte que no lo está mordiendo y me empuja a la cama. Tengo un segundo de paz
mientras él se posiciona a horcajadas sobre mi cintura. Ya estoy completamente
desnudo, y él también. Observo con terrible pavor su erecto y enorme miembro,
pensando en que todo eso no me va a caber dentro, me va a partir.
Él se acerca, aún a
horcajadas más a mí y se sienta sobre la parte alta de mi pecho. Me coloca su
miembro contra la barbilla y me dice, con los ojos entornados y la lujuria
escrita en el rostro:
-Abre la boca y trágatelo.
Instintivamente, niego con
la cabeza. No, no, no quiero, eso es feo y asqueroso.
Como es natural, la bofetada
no se hace esperar. Me hace girar la cabeza, la cual me da vueltas por la
impresión del golpe. Me arde la mejilla, me duele, y las lágrimas amenazan con
brotar por ese simple trato brusco.
-¡¿Te he preguntado si
querías hacerlo o no?! ¡No!-grita Orochimaru, fuera de sí. Lo he enfadado.
Ahora sí que empiezo a llorar copiosamente, de miedo, de desesperación, de todo
por lo que suelo llorar.-¡Te he obligado a que lo hagas, y si yo te doy una
orden, tú la obedeces sin cuestionarla! ¡Abre la boca!
Obedezco, temblando, y de
esa forma recibo la hombría de Orochimaru en mi boca. Este la introduce sin
piedad hasta el fondo de mi garganta. Doy una arcada al notar como choca contra
mi campanilla. Mi primer impulso es pensar que voy a vomitar, el segundo es darme
cuenta de que ese pedazo de carne dura bloqueando parte de mi aparato
respiratorio me está asfixiando lentamente.
-Agh.-jadeo, intentando
tomar aire.
-Lame toda su extensión.-me
instruye el líder de la aldea, con la voz ronca por el placer.
Lo intento, intento mover la
lengua alrededor de su falo, pero es verdaderamente complicado. Igualmente él
lo debe de contemplar suficiente, porque con una mano se agarra de la parte de
atrás de mi pelo y comienza a meter y a sacar su hombría de mi garganta,
soltando quedos gemidos a cada nuevo impacto con el fondo de la misma.
Yo jadeo y jadeo, intentando
obtener aire, que cada vez es más complicado. Como último recurso, y en defensa
propia, viendo que ya no lo contaba, muerdo el miembro de Orochimaru como acto
reflejo.
-¡AH!-grita este, sacándolo
de mi boca a toda velocidad.-¡Puta perra!
Vuelve a darme una bofetada,
y luego otra. Se desahoga golpeándome, hasta un punto en el que ya casi no me
duele, de la cantidad de bofetadas que he recibido en el mismo punto.
Acabo con la cabeza girada
hacia la derecha, jadeando, con el labio partido y un ojo amoratado.
-Date la vuelta.-ordena, con
la voz llena de furia.
Obedezco a duras penas y me
tumbo boca abajo en la cama. Orochimaru coloca un brazo bajo mi cintura y lo
levanta bruscamente, obligándome a alzar la misma. Quedo en una posición muy
rara.
-Vas a aprender lo que es
bueno.-advierte.
Me agarra del trasero y me
separa las nalgas, dejando al descubierto el orificio que Kazuki profanó esta
mañana con sus dedos.
Pero esta vez no son dos
dedos lo que me mete, sino toda su erección. Noto un enorme dolor, como si me
hubiesen metido una vara quemando por ese mismo, sensible y estrecho agujero.
Siento como todos los músculos que lo conforman se tensan, pero finalmente al
no soportar tanta presión, se sueltan.
Grito de dolor y me agarro
al colchón con ambas manos.
-¡Pare! ¡Pare!-suplico.
-Calla, zorra.-ordena
Orochimaru, justo antes de empezar a embestir contra mi trasero, desgarrando
las paredes del mismo a cada estocada, puesto que su duro miembro no resbala
muy fácilmente y eso dificulta el entrar.
A cada embestida, él gime
quedamente y yo grito. Se me hacen mil años, mil años en lo más hondo del
infierno, al enorme dolor se une una enorme vergüenza y humillación, al ser
usado como una simple puta, al herir lo único que Kazuki, hasta esta mañana, no
se había atrevido a tocar.
Vuelvo a empezar a llorar,
me pregunto cuánto quedará para que él se corra, pues aunque se poco de este
tipo de cosas, algo sé y tengo entendido que acaban cuando se corren los que
las estén haciendo, que es una especie de descarga de placer muy fuerte, o algo
así.
Yo no me voy a correr, ni
siquiera estoy excitado, diríase que estoy todo lo contrario a ello, pero no es
mi placer el que importa aquí, sino el de mi violador, así que mi pregunta es
cuánto quedará para que se corra él, y rezo porque sea poco.
Por suerte, mis plegarias
son escuchadas, oigo un último ronco gemido y lo siento tensarse dentro de mí,
para luego derramarse en mi interior. Siento un asco como no lo he sentido en
mi vida. Un tipo malvado, asqueroso, ha derramado su esencia, una parte de su
ser, dentro del mío. No quiero ese tipo de conexión, siento repulsión y asco,
pienso que voy a vomitar.
Él saca su miembro, ya
flácido, de mi interior. Me dejo caer sobre la cama, llorando como un bebé,
como un niño pequeño que ha perdido lo único que le quedaba, su virginidad.
Y para mis adentros, rezo
porque sea Neji el más joven entre nosotros. No creo que soportase llevar en mi
interior algo más que el semen de ese tipo asqueroso. No creo que soportase el
concebir…su hijo.