domingo, 27 de abril de 2014

Where The Wind Shines Capítulo 2

                                            EL DESTINO DE ITACHI

-Prométeme que lo cuidarás.-susurra.
Uzumaki vuelve a asentir.
-Lo haré.              

 Diez años más tarde

Itachi

-¡Esclavo! ¿A eso le llamas limpiar? ¡Sácale más brillo!

Suspiro, levanto la cabeza y fulmino a mi amo con odio. Me gano una bofetada por ello que me hace caer tumbado sobre el suelo que precisamente estaba limpiando. Entonces oigo pasos acercándose a mí, justo antes de sentir la punta de una bota clavándose en mi baja espalda con extraordinaria furia y fuerza. Ruedo por el suelo a causa de la patada y mi cara colisiona contra la pata de la cama, un conocido crac me anuncia que he vuelto a romperme la nariz y que la sangre resbala a borbotones por mi cara.

-Quiero que cuando vuelva, esto brille. Y ni un rastro de sangre, o yo sí que te voy a hacer sangrar de lo lindo.

Siento un cosquilleo sumamente desagradable extenderse por las heridas abiertas de mi espalda y mi mirada vuela hacia la fusta de montar que se encuentra sobre la mesilla de noche de mi amo. No, no quiero volver a pasar por eso.

-Descuide, amo.-mi voz suena gangosa por la sangre que aún me  sale de la nariz y me intento limpiar un poco con la manga de los harapos que llevo.-Será como vos deseáis.

Ni se digna a dedicarme una mirada, coge su espada y su armadura y se va. Pero justo antes de cerrar la puerta, se gira hacia mí y me escupe al rostro.

Me quedo sólo en el dormitorio de mi amo, intentando limpiar mientras que mi nariz ensucia milímetro que adecento. La condenada duele como mil demonios, pero intento ignorar el dolor.

Es difícil acostumbrarse a los malos tratos, pero tras diez años viviendo como un esclavo, como un juguete, ya los considero casi mera rutina. No recuerdo nada, nada, aparte de abrumadora desesperación y dolor en mi existencia, podría decirse que jamás he sentido nada más que eso. Pero no he vivido toda mi vida aquí como esclavo, sé que hasta los cuatro años viví con otra gente en otro sitio, pero no recuerdo nada, así que es como si no hubiese sido así, como si eso lo hubiera vivido otra persona.

Lo único que sé de mí es que me llamo Itachi y que tengo catorce años. Mi amo se llama Kazuki, y él, a su vez, tiene otro amo, llamado Orochimaru, que es el jefe de la aldea donde vivimos. Personalmente no le conozco, sólo lo sé porque a veces habla de él.

Yo he salido muy pocas veces de casa, solamente he llegado hasta el jardín, cuando Kazuki me manda a buscar agua a la fuente. No conozco a nadie más que a Kazuki.

Bueno, él suele traer a otros hombres de la aldea, amigos suyos, a casa, pero yo no tengo permiso ni para mirarlos, ni para hablarlos, ni para estar en la misma estancia que ellos, porque les molesto. Pero ellos a veces vienen  a verme a mí, y me pegan. De vez en cuando me manosean, pero no llegan a más. Me considero afortunado por eso.

Alguna vez, mientras los sirvo, he escuchado a los amigos de Kazuki contarse unos a otros sus aventuras con sus esclavos, y se me ponen los pelos de punta. Tengo miedo de que alguna vez a Kazuki le dé por hacerme ese tipo de cosas, pero aún no lo ha hecho, ni ha dejado que me lo hagan, aunque sé que algunos de sus amigos quieren.

Mi vida se limita a servir a mi amo en todos los aspectos. Dormimos en la misma habitación, por si a él le hiciese falta algo por la noche. Él ocupa la cama y yo duermo en el suelo, tapándome con un trapo. Como de sus sobras, hago mis necesidades en el jardín, y busco mi propia agua cuando necesito. Si descontento a Kazuki, me castiga. Cuando era pequeño me castigaba sin comer o sin dormir, ahora que soy más mayor emplea conmigo otro tipo de castigos, a mi ver peores. Le gusta atarme a la cama completamente desnudo y con una pequeña llama me quema partes del cuerpo, hasta que acabo chillando, pidiéndole piedad, porque no aguanto más. De alguna manera, sabe dar con mis partes más sensibles, y lo paso fatal. Otro de sus castigos, que también disfruta mucho de aplicar, es atarme de rodillas al cabecero de la cama y azotarme, ya sea con una fusta, una vara, o con su propia mano. La crueldad de mi amo no tiene límites, y me suele dejar completamente destrozado. Tiene muchos más castigos en la manga, a cada cual más truculento, más doloroso, y más insoportable.

Cada vez que me castiga, me siento roto, tanto física como anímicamente. Físicamente por las torturas a las que me somete, anímicamente porque, en mi destrozada autoestima, me duele mil veces más que a cualquier otra persona le dolería el pensar que de verdad me hago de odiar tanto como para que alguien disfrute tanto como Kazuki disfruta, haciéndome sufrir.

En verdad sé que no le importo a nadie. En mis diez años de esclavitud, nadie ha venido a salvarme de otras aldeas, ni siquiera nadie de aquí se ha interesado por mi estado después de pasarme una noche entera gritando a causa de Kazuki. No tengo ni familia, ni amigos, ni nada. A veces, por la noche, me gusta imaginar cómo sería todo si mi vida hubiese sido diferente. En cómo hubiera sido mi vida si yo fuese importante. En cómo hubiese sido todo si fuese alguien.




-Levántate y vístete.-ordena Kazuki, entrando por la puerta. Me tira algo a los pies, que parece que es ropa.-Esta noche sucede algo importante.

No tengo derecho a preguntar, así que me quedo callado, mientras me incorporo rápidamente.
Por suerte, antes de que llegase he terminado de limpiar toda la casa, e incluso me he podido curar la nariz, me siento orgulloso, Kazuki no me podrá hacer nada.

Este se pasea por la estancia, como evaluando mi trabajo. Cuando termina, me mira directamente  y yo bajo la mirada, asustado.

-¿No te interesa saber lo que va a pasar esta noche?

Sorprendido por el hecho de que me pida opinión, asiento con una corta y tímida cabezada. La verdad es que su vida social me importa bastante poco, pero sería una falta de sumisión decírselo así. Mi amo se enfadaría. Y lo último que quiero es que se enfade.

Kazuki camina hacia mí y me agarra con fuerza la parte posterior del pelo, obligándome a alzar la cabeza de una manera tan brusca que me da un tirón en el músculo.

-Voy a venderte a un nuevo amo.-susurra Kazuki, con sus ojos fijos en los míos.-Por fin esta noche me libraré de ti para siempre.

Esa es una afirmación bastante hipócrita, si tenemos en cuenta que casi hasta le limpio los mocos, no sé qué haría sin mí. Pero en este momento, lo que más me preocupa es el hecho de que…por primera vez en mi vida de esclavo  voy a salir de la casa de Kazuki. Voy a conocer a otra persona que no es él. ¡Voy a servir a otra persona! ¿Y si es uno de los amigos de Kazuki? ¿Uno de esos que hacen cosas raras a sus esclavos? ¿Y si la persona a la que me va a vender Kazuki es…peor que él?

-¡No!-exclamo, olvidándome del título, de mi sumisión, y de todo.-¡No me vendas!

La mano de Kazuki vuelve a estrellarse contra mi mejilla. Jadeo, lucho por retener las lágrimas de puro pánico.

-¡Cállate! En primer lugar, tú no decides, decido yo. ¿Ha quedado claro? En segundo lugar, aún no está claro que te vaya a vender. Aún el comprador tiene que verte. Eres tan repugnante que no sé quién se iba a querer quedar contigo, pero esta noche estoy decidido a venderte, y tú cooperarás. Si no cooperas, te aseguro que te mataré mil veces esta noche, y te haré esas cosas que no te he hecho hasta ahora, esas que Akihiko y Nasagi hacen a sus esclavos.

Sus manos descienden por mi espalda, apretando con fuerza las heridas de mi cuerpo que un par de noches atrás abrió el mismo con la fusta. Aprieto los labios para no jadear de dolor, no quiero darle el gusto de saber lo muy sensibilizada que está cada una de esas zonas en carne viva.

Tienta por debajo del pantalón y, ni corto ni perezoso, aprieta cada nalga con una mano directamente piel contra piel. No, no…odio ese contacto, tan íntimo, tan asqueroso, tan humillante.

Su mano derecha, viaja por mi trasero y se cuela en el espacio entre mis nalgas. Viaja por todo el territorio de mi piel, tocando, apretando, pellizcando con fuerza. Duele, y no soporto su intrusión.

De repente, introduce de golpe un dedo entero en el orificio que tengo en el trasero. Siento como si la piel se me desgarrase de un tirón, como si todos mis músculos se rebelasen contra la intrusión, y grito, grito con muchísima fuerza.

-¡Pare, amo! ¡Haré lo que quiera, pero sáquelo!

Tengo los ojos anegados en lágrimas, me odio por ser tan débil. Me odio por no poder detener a Kazuki, sé que no soy nadie y no tengo derecho, pero, si no soy nadie, ¿Por qué me duele tanto?

Como única respuesta, mueve el dedo dando vueltas en mi interior, generando más roces bruscos que me hacen gritar más y más. Me sacudo, aprieto los ojos con fuerza. No consigo contener muy bien el torrente de lágrimas que amenaza con salir.

-¿Crees que esto que sientes es dolor, Itachi? Porque si lo crees… aún no has sentido  nada.

Introduce otro dedo y los abre todo lo posible en mi recto. Vuelvo a gritar y aprieto los puños con toda mi fuerza a ambos lados de mi cuerpo.

-Voy a venderte, esclavo.-continúa Kazuki.-Y si crees que yo he sido malo contigo…no tienes ni idea de lo que te espera con tu nuevo amo.

Continúa follándome con dos dedos, desgarrándome desde el interior, un lapso de tiempo más antes de decir:

-Vas a echarme de menos, puta.






Kazuki me viste con un kimono tradicional japonés, me lava, me peina el pelo, me perfuma, me maquilla, y me pone una diadema muy rara con orejas de gato pegadas en la misma. No me da ni de comer ni de cenar, alegando que, si tengo hambre, más me vale ganarme al nuevo dueño para que él me alimente, porque él, por su parte, no piensa volver a hacerlo. Y finalmente, salimos.

Me pone una correa y me lleva todo el trayecto tirándome de la misma. Es noche cerrada, así que no puedo ver mucho mundo. Igualmente es toda una experiencia salir de casa por primera vez en tu vida, tras diez años encerrado en el mismo putrefacto cubículo.

Ah… El aire veraniego, de un frescor sumamente agradable, el reflejo de la luna y las estrellas…alzo la cabeza al cielo y las observo, perdido en mis ensoñaciones. Sé que existen miles de leyendas sobre estrellas caídas que se convierten en hermosas y bondadosas mujeres. ¿De verdad habrá alguien allí, viéndome?
Kazuki prescinde de observar las estrellas y, sin piedad, continúa arrastrándome hacia nuestro destino.
Hacia el palacio real, el hogar de su amo, Orochimaru. Así que es allí a dónde me lleva…

El palacio de Orochimaru se yergue en la oscuridad como una montaña con vida en su interior. Una mole gigantesca, completamente gris, que se extiende hasta el cielo, con cientos y cientos de ventanas en todas las plantas, muchas de ellas con luz en su interior.

Se me encoge el corazón. La visión es verdaderamente espeluznante, ¿Qué es lo que me aguarda allí? No creo que Orochimaru quiera adquirirme precisamente a mí como esclavo,  así que supongo que a quien tengo que intentar agradarle es a uno de sus guardias, o a un miembro de su servidumbre. Mi pregunta es…¿Por qué entonces me lleva al palacio de Orochimaru para la transacción en mitad de la noche, y por qué me ha arreglado tanto y de esta forma tan rara?

De esa guisa, amo y esclavo atravesamos la verja de entrada y los despampanantes jardines. Tanta naturaleza y lujo es hermoso, pero lo siento un poco egoísta y cruel. Tantos esclavos viviendo penurias, muriendo de hambre, de frío y de tristeza, o sin ir más lejos, los pobres de su propio reino, malviviendo en situaciones semejantes a la esclavitud…y él, un rey, representación del pueblo, desoyendo las súplicas de los que están más abajo en categoría social, teniendo tantas comodidades para él sólo.

Sigo pensando en eso mientras entramos en el palacio, mientras observo su increíble decoración. Kazuki no me deja admirarla mucho, camina casi con prisa.

Llegamos a una enorme puerta y entramos por ella. El guardia que está junto a la misma, nos saluda con una inclinación de cabeza.

Contemplo la sala. Es grande, muy grande, y está abarrotada de gente, todos de clases altas.
 Han colocado unos bancos, sobre los cuales se están sentando los señores, y el resto de la sala está ocupada por un enorme escenario, de momento con el rojo telón echado.

-¿A vender o a comprar?-inquiere el guardia.

-A vender.-sonríe Kazuki y le muestra mi correa. Los ojos del guardia me recorren de arriba abajo, descaradamente. Siento todos los colores subirme al rostro, junto con un conocido y enorme pánico.

-Entre por esa puerta.-le señala a Kazuki una que está al lado de aquella por la cual acabamos de entrar.- Irán saliendo por turnos.

Abandonamos la sala y entramos en la otra, en la que el guardia nos ha indicado.

En ella hay menos gente, y todos están de pie. Se respira la tensión en el minúsculo cuartito, que sin duda da al escenario, puesto que en un rincón hay unas escaleras que dan a la parte de atrás del telón rojo.

Contemplo a cada persona, y me sorprende comprobar que todo son parejas amo-esclavo, como yo y Kazuki. Los esclavos son más o menos de mi edad, aunque creo que todos son mayores, y sus amos los han arreglado tanto como el mío a mí. Algunos van casi desnudos, con el torso al  aire, tapados solo por un taparrabos, o con monos de vinilo tan ceñidos que tanto daría que fuesen completamente desvestidos, de tan poco que dejan a la imaginación.

Dándome de cabezazos mentales por mi estupidez, lo comprendo. Van a vendernos a todos a los señores que están al otro lado del telón rojo. Me pregunto si todos los esclavos tendrán tanto miedo como yo de abandonar a sus actuales amos. ¿Cómo los tratarán? ¿Les habrán hecho cosas feas?

Una patada en la entrepierna, propinada por la rodilla de mi amo, me hace darme cuenta de que estaba mirando directamente a los otros amos. Emito un grito por el dolor y me doblo sobre mí mismo. No es la primera vez que me golpea ahí, pero jamás me acostumbro a sentir el lacerante dolor, como si mil cuchillos rasgasen mi abdomen, a sentir como este mismo asciende hasta mi estómago. Esa es otra de las muchas cosas  de mi vida como ser inferior a las que jamás me he acostumbrado, y no creo que jamás llegue a acostumbrarme.

Instintivamente, llevo ambas manos a mi entrepierna, buscando aliviarla, pero antes de posarlas sobre la misma, un tirón a la correa dado con muy mala idea me lo impide.

-No lo hagas.-advierte Kazuki.-Deja el dolor ahí. A ver si te enseña a comportarte.

Caigo de rodillas sobre el suelo, completamente indefenso, y muy humillado por el hecho de que esto haya pasado delante de más gente,  de más esclavos. No soporto el sentir cómo el dolor asciende por mi médula espinal, pero no me atrevo a contradecir a Kazuki y aliviarlo. Sé que sería capaz de cosas mucho peores, y que le daría igual que hubiese espectadores delante a la hora de llevarlas a cabo.

Nadie comenta nada, pero a través de la película de lágrimas que me ciega, puedo advertir como muchos esclavos me miran con lástima, con conmiseración, solidarizándose conmigo porque ellos saben lo que se siente. Y en mi isla de desesperanza, miedo, tristeza y desgarradora soledad, siento un ramalazo de una especie de calor confortable instalarse en mi pecho, al sentirme conectado con alguien.

También puedo ver cómo muchos amos me miran, pero de una manera diferente. Casi con lascivia.

-¿Cuántos años tiene?-pregunta uno, pasándose la lengua por los labios.

-Catorce.-responde Kazuki en tono animado, orgulloso por la mirada que ese hombre me dedica.

-¿Pertenece a la aldea Igawakure, aquella que asaltaron hace diez años?

-Sí, como todos.

- Vienes a devolverlo, ¿No?-inquiere el hombre con sorna.-Yo tenía la esperanza de quedarme con el mío, pero no creo que Orochimaru lo consienta.

Veo por el rabillo del ojo como Kazuki asiente y sonríe por educación. ¿A qué se referirán?
Justo entonces se abre la puerta y entra el guardia de antes.

-Señores, vamos a empezar. Ustedes, Kazuki y Nagasaki, quédense al final. Ya saben.

Kazuki y otro amo responden afirmativamente, y el guardia se va.

Oímos como, al otro lado del telón rojo, alguien pronuncia unas palabras que no entiendo muy bien. Algo de la aldea de Igawakure, donceles y demonios Hiyokus. Luego grita un nombre, y uno de los amos que se encuentran con nosotros se apresura a enderezarse, levantar de un tirón a su esclavo, que es uno de los que van en taparrabos, que se había tumbado en el suelo a sus pies, y cruza el telón hacia el otro lado.

-¡Misaki, dieciséis años!-exclama el que habló antes.-¡Precio de partida, dos mil yens!

Es una subasta…¡Una subasta de esclavos!

Pronto el aire en la sala colindante se llena de gritos. Uno declara que ofrece dos mil quinientos yens, y casi se lo van a dar a él, cuando otro exclama que él da tres mil. El de antes declara que entonces él da cuatro mil, y el otro responde con cinco mil quinientos.

Así entre uno y otro van subiendo el precio, parecen verdaderamente encaprichados con el tal Misaki, y en mi mente ya empezaba a hacer cávalas sobre cuál se quedaría finalmente con él, cuando un tercero exclama a grito pelado que él da veinte mil. Nadie ofrece más, cuentan uno, dos y tres y se lo adjudican a ese tercero.

Momentos más tarde, el amo que había salido regresa, completamente sólo.

-Voy a recoger el dinero.-les cuenta a los otros amos.- ¡Que tengáis suerte!

Luego, llaman a otro esclavo. También es vendido por una suma alta, y luego otro más sale de la sala, y otro más, y otro más. Cada vez somos menos, y cada vez siento más pánico. ¿Cuándo será mi turno? ¿Cuánto darán por mí? Kazuki siempre dice que no valgo nada, así que no creo que me vayan a vender por mucho.
Al cabo de media hora, sólo quedamos tres esclavos en la sala. Uno sale a ser subastado, y nos quedamos el otro y yo solos, junto con nuestros respectivos amos, naturalmente.

El otro chico parece el más joven de todos los esclavos que hemos pasado por esa sala aquella noche, junto conmigo. Tendrá más o menos mi misma edad.

Su amo lo ha vestido con un simple pantalón corto, holgado y ceñido a la cintura por un cinturón de kimono. Esa prenda tan minúscula deja ver el resto de su cuerpo, de su piel, o dejaría ver, si no fuese porque está tendido en el suelo, hecho un ovillo y abrazándose a sí mismo, tapando con sus brazos la mayor cantidad de piel desnuda que puede abarcar.

Por lo poco que puedo ver de él estando en esa posición, puedo saber que es un chico alto, un palmo más que yo, y que sus ojos son negros y rasgados. Su pelo es tan negro como el mío, pero él lo lleva considerablemente más largo. Tiene la piel pálida como la cal, algo en ese extraño chico me recuerda a mí. Tal vez seamos originarios de la misma aldea, o quizá seamos parientes lejanos. La idea hace que se me encoja el corazón de júbilo, de alivio al creer encontrar una cara amiga.

Continúo contemplando al chico mientras el esclavo que acaba de salir es vendido  por cincuenta mil yens.
El amo del recién subastado atraviesa de nuevo el telón, se despide de Kazuki y el otro amo, y se va.
¿Quién de nosotros será el próximo en salir?

De repente, al otro lado del telón se empieza a oír ruido de gente y de pasos, creo que toda la muchedumbre se está levantando para irse. ¿Y el otro esclavo  y yo? ¿No vamos a ser vendidos?
Pero…el guardia de antes les dijo a mi amo y al otro que se quedasen al final. Así que tendrán pensado algo especial para nosotros.

El ruido de gente levantándose perdura unos momentos, pero finalmente se extingue. Es entonces cuando, al otro lado del telón, se oye:

-¡Nagasaki, Kazuki! ¡Traed a vuestros esclavos aquí!

Sin perder tiempo, Kazuki y Nagasaki dan sendos tirones a sus correas, poniéndonos en pie al otro esclavo y a mí, y sin más dilación nos arrastran al otro lado del telón.

Los bancos del público están completamente vacíos y el guardia que estaba situado al lado de la puerta no está ya. En el escenario solo hay un hombre, al cual no había visto antes.

Es un señor alto, delgado, de aspecto imponente, como si exigiera reverencia. Tiene el pelo bastante largo, negro, y sus ojos, de aspecto amenazador por cierto, son verdes, muy verdes. Presentan una forma rara, al igual que sus rasgos físicos. Contemplarle cara a cara se me antoja como contemplar de la misma forma a una serpiente, rastrera y asquerosa. Como no tengo permiso para mirarle, aparto la vista rápidamente.
Él mismo, nos indica con un gesto de mano que nos acerquemos a él, y Kazuki me arrastra hasta la mitad del escenario.

-Gracias por traerlos.-dice ese hombre tan raro, siento miedo.-Ahora que los veo en persona, debo admitir que son tan hermosos como los imaginaba. O quizá aún más.

El hombre camina hacia nosotros y siento el impulso de retroceder, pero Kazuki me lo impide, empujándome disimuladamente.

Sin embargo, no va hacia mí, sino hacia el otro esclavo, que tiembla como una hoja y respira entrecortadamente. Ajeno a su miedo, el hombre coloca una mano sobre su mejilla y la acaricia.

-Unos dignos herederos de Igawakure.-continúa.-Tenía muchas, muchas ganas de conocerlos.-se gira hacia Kazuki, sin apartar su mano de la mejilla del otro esclavo.

Mi amo, como intuyendo que debería decir algo, hace una reverencia y afirma:

-Para nosotros es un placer poder serviros de esta forma, gran rey Orochimaru.

El otro amo, Nagasaki, corrobora sus palabras con un rápido asentimiento de cabeza.

¡Gran rey Orochimaru! De esa forma que estoy ante el mismísimo amo de mi amo, ante el gran señor de la aldea en la que actualmente vivo.

-Gracias, amigos.-sacude la cabeza de un lado a otro lentamente. Se separa por fin del otro esclavo y comienza a pasearse por el escenario, mirando a Kazuki y a Nagasaki.- Cómo ya sabéis, la aldea Igawakure, la que posee, o poseía los demonios más poderosos, los Hiyokus más fuertes y los donceles más hermosos, fue hecha nuestra hace diez años. Pero los donceles que secuestramos entonces eran simplemente niños. Por eso os los he…”prestado”, a vosotros, leales súbditos, durante todo este tiempo, para que los “cuidéis” y preparéis para cuando este día podía llegar. El día en el cual, tendríais que “devolvérmelos” a mí, puesto que yo me declaré su legítimo amo en su tiempo.

>>Por supuesto, los donceles que secuestramos en aquel momento, son muchos, y no pensaba quedármelos yo todos… La mayoría los vendí, los regalé, los metí a rameras y no me interesé por ellos más. Pero estos dos son especiales, son los que quiero para mí.

A mi lado, mi amo frunce el ceño casi imperceptiblemente.

-¿Especiales en qué sentido, señor?

Orochimaru detiene su paseo en seco y mira fijamente a Kazuki.

-Existe una maldición.-le explica.-Hace muchos años, en el tiempo de guerras por concebir hijos semidioses, un viejo brujo echó una maldición, con la cual impedía a todos los donceles concebir.

Mi amo abre los ojos de par en par, como si semejante cosa fuese surrealista o impensable. Personalmente yo, no entiendo de qué hablan. ¿Donceles? ¿Concebir?

-Por supuesto,-continúa el gran rey.- al ver que los intentos de los varones por preñar a los donceles eran totalmente infructuosos, estos abandonaron toda esperanza. Las guerras terminaron. Todo se dio por perdido.

>>Pero señores, yo llevo décadas investigando dicha maldición. Y creo que he encontrado un modo de romperla. Necesitaba al doncel más joven de la aldea de Hiyokus más fuerte, la cual viene a ser la de Igawakure. Por eso os he hecho traer a vuestros esclavos aquí, porque son los dos Hiyokus de Igawakure con vida más jóvenes.

-Mi señor.-interrumpe Kazuki de nuevo.- Mi señor, perdonadme, pero pensé que sólo necesitabais uno…

Orochimaru asiente.

-Sí, sólo necesito a uno, el más joven. Pero estos dos esclavos que tenemos aquí, Itachi y Neji…-sus ojos se posan primero en mí y luego en el otro esclavo, en Neji, por orden. Ambos bajamos la cabeza en señal de sumisión.- son exactamente igual de jóvenes. Ambos nacieron el mismo año, el mismo veintinueve de Julio, ¿No es así?-ambos amos, que lo saben, asienten.- Por eso, es imposible saber cuál es mayor, a menos que juzgásemos por las horas, y mis hombres no fueron capaces de dar con esa información tan precisa. Pero lo mismo da.-se encoje de hombros.- O es uno, o es otro. No pienso arriesgarme y decidir, me los quedo a ambos. Decidme sus precios, os los pagaré gustoso.

Instintivamente, Neji y yo nos miramos. De forma que no me había equivocado, somos paisanos…y a partir de ahora, esclavos del mismo amo. Aunque no he entendido mucho de todo lo que acaba de decir Orochimaru, puesto que no lo había oído en mi vida, no me ha sonado nada bien.
Tengo miedo, pero esta vez no estoy sólo. Al menos no completamente.






Diez minutos más tarde, Orochimaru ya había pagado el precio que le habían ordenado nuestros amos (por cierto que el mío exigió por mí bastante más de lo que según él yo valgo), Kazuki y Nagasaki se habían ido, él ya se había hecho con nuestras correas y ahora nos bajaba a la parte baja de su castillo, a las mazmorras.
El pasillo de las mazmorras es de piedra, huele fatal y está muy mal iluminado. Siento verdadero asco cuando Orochimaru abre la segunda puerta a la derecha y nos hace pasar a una sala muy pequeña, llena de paja sucia cubriendo todo el suelo, con un solo plato de comida vacío en un rincón.

-A partir de ahora, viviréis aquí, esclavos.-anuncia.

Eso me sorprende de sobremanera. Me extraña que nos haga dormir en este antro, puesto que él dormirá en los pisos superiores, en mejores condiciones, y los amos, al menos Kazuki, suelen querer que sus esclavos durmamos cerca por si necesitan algo durante la noche.

Creo que Neji también piensa lo mismo, porque Orochimaru nos mira a ambos para luego explicar:

-Vosotros no vais a ser mis esclavos domésticos, tengo otros que lo son. Igualmente quiero que obedezcáis a todas las reglas de sumisión que teníais con vuestros anteriores amos, o incluso más, dado que mi posición está mucho por encima de la suya. Pero no os encargareis de mis tareas, no trabajaréis para mí. Vosotros dos, a partir de ahora, sois sólo mis esclavos sexuales, encargados solamente de darme un hijo.

Abro los ojos de par en par y miro a Orochimaru aterrado, olvidado que no puedo dirigirle la mirada. No, no…no puede hacerme eso, no puede obligarme a tener relaciones con él, mucho menos a dejarme…¿Embarazado? ¿Es eso posible en un hombre? Este tío está loco, no me dejaré.

El rey advierte mi mirada y acerca su mano a mi cara, pero, en vez de pegarme, lo que hace es agarrarme por el mentón con enorme y rabiosa fuerza, y acercar su rostro al mío.

-Empezaré contigo, Itachi.-siento un escalofrío recorrerme cuando su lengua de serpiente pronuncia mi nombre.- Os recomiendo a ambos esforzaros mucho en lo de darme un hijo, porque en cuanto encuentre al correcto, al otro lo mataré.







Grito al colisionar contra la pared de espaldas, quedando cara a cara con Orochimaru, cuyos dientes vuelven a rasgar mi cuello. No me atrevo a gritarle que se detenga, no me atrevo a intentar apartarle, a saber de lo que sería capaz si le faltase al respeto, tiene pinta de ser aún más cruel que Kazuki.

Estoy en el dormitorio de Orochimaru, que, como había deducido, es enorme y lujoso. Me ha subido allí tras dejar a Neji en la mazmorra, para empezar conmigo la locura esa de intentar concebir.

Me agarra del cuello por la parte que no lo está mordiendo y me empuja a la cama. Tengo un segundo de paz mientras él se posiciona a horcajadas sobre mi cintura. Ya estoy completamente desnudo, y él también. Observo con terrible pavor su erecto y enorme miembro, pensando en que todo eso no me va a caber dentro, me va a partir.

Él se acerca, aún a horcajadas más a mí y se sienta sobre la parte alta de mi pecho. Me coloca su miembro contra la barbilla y me dice, con los ojos entornados y la lujuria escrita en el rostro:

-Abre la boca y trágatelo.

Instintivamente, niego con la cabeza. No, no, no quiero, eso es feo y asqueroso.

Como es natural, la bofetada no se hace esperar. Me hace girar la cabeza, la cual me da vueltas por la impresión del golpe. Me arde la mejilla, me duele, y las lágrimas amenazan con brotar por ese simple trato brusco.

-¡¿Te he preguntado si querías hacerlo o no?! ¡No!-grita Orochimaru, fuera de sí. Lo he enfadado. Ahora sí que empiezo a llorar copiosamente, de miedo, de desesperación, de todo por lo que suelo llorar.-¡Te he obligado a que lo hagas, y si yo te doy una orden, tú la obedeces sin cuestionarla! ¡Abre la boca!

Obedezco, temblando, y de esa forma recibo la hombría de Orochimaru en mi boca. Este la introduce sin piedad hasta el fondo de mi garganta. Doy una arcada al notar como choca contra mi campanilla. Mi primer impulso es pensar que voy a vomitar, el segundo es darme cuenta de que ese pedazo de carne dura bloqueando parte de mi aparato respiratorio me está asfixiando lentamente.

-Agh.-jadeo, intentando tomar aire.

-Lame toda su extensión.-me instruye el líder de la aldea, con la voz ronca por el placer.

Lo intento, intento mover la lengua alrededor de su falo, pero es verdaderamente complicado. Igualmente él lo debe de contemplar suficiente, porque con una mano se agarra de la parte de atrás de mi pelo y comienza a meter y a sacar su hombría de mi garganta, soltando quedos gemidos a cada nuevo impacto con el fondo de la misma.

Yo jadeo y jadeo, intentando obtener aire, que cada vez es más complicado. Como último recurso, y en defensa propia, viendo que ya no lo contaba, muerdo el miembro de Orochimaru como acto reflejo.
-¡AH!-grita este, sacándolo de mi boca a toda velocidad.-¡Puta perra!

Vuelve a darme una bofetada, y luego otra. Se desahoga golpeándome, hasta un punto en el que ya casi no me duele, de la cantidad de bofetadas que he recibido en el mismo punto.

Acabo con la cabeza girada hacia la derecha, jadeando, con el labio partido y un ojo amoratado.

-Date la vuelta.-ordena, con la voz llena de furia.

Obedezco a duras penas y me tumbo boca abajo en la cama. Orochimaru coloca un brazo bajo mi cintura y lo levanta bruscamente, obligándome a alzar la misma. Quedo en una posición muy rara.

-Vas a aprender lo que es bueno.-advierte.

Me agarra del trasero y me separa las nalgas, dejando al descubierto el orificio que Kazuki profanó esta mañana con sus dedos.

Pero esta vez no son dos dedos lo que me mete, sino toda su erección. Noto un enorme dolor, como si me hubiesen metido una vara quemando por ese mismo, sensible y estrecho agujero. Siento como todos los músculos que lo conforman se tensan, pero finalmente al no soportar tanta presión, se sueltan.

Grito de dolor y me agarro al colchón con ambas manos.

-¡Pare! ¡Pare!-suplico.

-Calla, zorra.-ordena Orochimaru, justo antes de empezar a embestir contra mi trasero, desgarrando las paredes del mismo a cada estocada, puesto que su duro miembro no resbala muy fácilmente y eso dificulta el entrar.

A cada embestida, él gime quedamente y yo grito. Se me hacen mil años, mil años en lo más hondo del infierno, al enorme dolor se une una enorme vergüenza y humillación, al ser usado como una simple puta, al herir lo único que Kazuki, hasta esta mañana, no se había atrevido a tocar.

Vuelvo a empezar a llorar, me pregunto cuánto quedará para que él se corra, pues aunque se poco de este tipo de cosas, algo sé y tengo entendido que acaban cuando se corren los que las estén haciendo, que es una especie de descarga de placer muy fuerte, o algo así.

Yo no me voy a correr, ni siquiera estoy excitado, diríase que estoy todo lo contrario a ello, pero no es mi placer el que importa aquí, sino el de mi violador, así que mi pregunta es cuánto quedará para que se corra él, y rezo porque sea poco.

Por suerte, mis plegarias son escuchadas, oigo un último ronco gemido y lo siento tensarse dentro de mí, para luego derramarse en mi interior. Siento un asco como no lo he sentido en mi vida. Un tipo malvado, asqueroso, ha derramado su esencia, una parte de su ser, dentro del mío. No quiero ese tipo de conexión, siento repulsión y asco, pienso que voy a vomitar.

Él saca su miembro, ya flácido, de mi interior. Me dejo caer sobre la cama, llorando como un bebé, como un niño pequeño que ha perdido lo único que le quedaba, su virginidad.

Y para mis adentros, rezo porque sea Neji el más joven entre nosotros. No creo que soportase llevar en mi interior algo más que el semen de ese tipo asqueroso. No creo que soportase el concebir…su hijo.
                           




Where The Wind Shines Capítulo 1


INTRODUCCIÓN

Los truenos resuenan en el horizonte. Su estridente sonido es equiparable al de los cascos de cientos de caballos, que recorren el poblado arrasando todo a su paso. El viento, lejos de brillar, silba impetuosamente entre las ventanas de la aldea Igawakure, avivando el fuego que arde por toda la ciudad, incrementando con ello el miedo y el nivel de bajas y  de destrucción.

En medio de todo ese desasosiego, un hombre escapa por la puerta trasera de su casa, la cual ya está en llamas. Lleva un bulto en cada brazo, tapado por sábanas raídas. El hombre chapotea sobre el barro, la lluvia arrecia y se cala la ropa. Ignora todas las molestias, en su persistente decisión por alcanzar el establo y escapar del asedio al que están sometiendo su aldea.

Entra por fin en las cuadras y, rápidamente, se apresura a sacar un caballo de su cubículo y a montar de un salto sobre él. Acomoda ambos bultos sobre su regazo, bien sujetos para que no se caigan. Se endereza sobre el caballo, lo pone al galope y sale del establo a toda velocidad.

-Estamos a salvo.-suspira.

Eso cree.

El caballo atraviesa la calle de la aldea, la gente chilla asustada ante el nuevo peligro, pero el hombre ignora los gritos deliberadamente. Tiene prisa por salir de la aldea, por poner su carga a salvo.

Pero justo cuando parecía que iba a alcanzar con éxito su propósito, un trueno resuena en el horizonte y el caballo se encabrita. Se coloca a dos patas, las delanteras ondeando en el aire.

-¡Soo!-exclama el hombre, asustado, mientras tira con fuerza de las riendas para frenar en seco al caballo. 
Rápidamente, agarra la sábana con la que tapa su carga, pero demasiado tarde, puesto que uno de los bultos resbala por el lomo del caballo y cae al suelo, sobre un charco de barro, salpicando todo con el mismo.

 La sábana se desliza por la caída, dejando a la vista el cuerpo de un niño, de pelo moreno intenso y con el rostro completamente blanco.

-¡Itachi!-el hombre hace ademán de descender del caballo para recoger a su hijo, cuando una voz lo detiene:

-Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?

Tres hombres encapuchados se acercan a la escena. Todos empuñan enormes espadas y visten capas iguales, completamente negras y caladas por la incesante lluvia. Por la parte delantera, está estampada en la tela negra una serpiente roja y enorme, como símbolo de su clan.

Instintivamente, el hombre se agarra más al otro bulto, a su otro hijo. Lo esconde entre las telas de su capa, protegiéndolo con su propio cuerpo para que los invasores no lo encuentren.

Los tres intrusos se acercan al niño tirado en el suelo, a Itachi.

-¡Dejadlo!-grita su padre, al verlos agacharse a su alrededor.

Uno de los encapuchados levanta su empapado rostro para mirar a su interlocutor y sonríe malvada y sardónicamente.

-¿Cuántos años tiene?-pregunta, cogiendo al niño por el brazo para levantarlo.

El padre frunce el ceño, no se esperaba la pregunta. Pero finalmente frunce los labios, negándose a dar ninguna información sobre su hijo.

 Otro de los encapuchados se incorpora, se acerca a él, espada en mano, y la coloca junto a su cuello, prácticamente rozando la piel del mismo con la hoja.

-Responde.-insta el primero.

Ante la vívida amenaza de la espada, el hombre decide responder.

-T-tiene cuatro años…

Los tres hombres se miran.

-Cuatro, ¿Eh?-el de la espada aparta el arma del cuello del hombre y retrocede. Se agacha junto a Itachi y lo recoge.-Nos lo llevamos.

-¡No! ¡Dejadlo! ¡No dejaré que se lo lleven!

En un acto desesperado, el padre espolea al caballo con fuerza y carga contra el hombre que estaba cogiendo a Itachi en brazos. Pero éste es más rápido, prevé el movimiento del hombre, y con un solo y simple giro de empuñadura de espada, decapita al padre de Itachi, que aún está montado sobre el lomo del caballo.

Su último grito resuena por toda la aldea y con un golpe sordo, su cuerpo inerte cae al suelo, por otro lado su cabeza. El caballo vuelve a encabritarse y escapa.

 La presión con la que el hombre sujetaba a su  otro hijo contra sí mismo se afloja al quedar la mano flácida, pero quiso la providencia que al caer del caballo, cae sobre su hijo, y esconde al mismo bajo su cuerpo.
Los invasores recogen a Itachi y se lo llevan, dejando al cadáver de su padre olvidado, tirado sobre el pasto.

Jamás pensaron que Itachi tuviese un hermano.

Jamás se dieron cuenta de que en esa escena hubo tres personas.

Jamás supieron que se habían equivocado.






-Hemos llegado tarde.

Ryou Yune suspira.

-No me digas.
Le da unas palmaditas a su caballo para calmarlo, mientras que contempla la hermosa aldea Igawakure completamente derruida, destrozada, polvorienta, apestando a desgracia.  Esa escena le parte el alma. Las imágenes del sitio como era antes, esplendoroso, brillante, lleno de vida, y como está ahora, derribado, asqueroso, como un infierno en tierra, se superponen en su mente, llenándolo de tristeza y melancolía.

-Juramos protegerlos.-le recuerda Ryou a su líder, el cual observa el terrible espectáculo a su lado.- ¿Qué van a pensar ahora de nosotros?

-Si es que aún pueden pensar algo.-interviene un tercer guerrero.-¿Creéis que quedará alguien vivo?

-Deberíamos hacer una batida para comprobarlo. Me gustaría saber también quiénes eran los invasores, y, sobre todo, sus razones para atacar al pueblo Hiyoku. Aunque creo que esto último suele ser muy evidente; igual me gustaría verificarlo. Ryou, Kaito, encargaos con algunos hombres de esto. Uzumaki, vamos tú y yo a ver si hay supervivientes.

Los hombres asienten a las órdenes de su líder y se ponen en marcha.

-Uzumaki, separémonos.-propone el líder una vez están dentro de la aldea.-Sigue por la calle derecha, yo iré por la izquierda.

Ambos parten en las direcciones acordadas. Uzumaki va mirando a izquierda y derecha, entrando en cada casa, llamando a gritos a la gente, registrando las cabañas de arriba abajo. Las mismas, están llenas de cadáveres. Hombres abrazando a sus hijos. Niños con su última mueca de susto plasmada en la cara. La desesperación, la tragedia, y un ardiente sentimiento de culpa se entremezclan en el corazón del guerrero ninja, formándole una pesada piedra en el fondo de su alma. ¿Por qué no llegamos antes? Se pregunta el hombre. La respuesta la conoce, el aviso no llegó a tiempo. Pero es difícil no pensar que si hubiese llegado bien…¿Cuántas vidas se hubiesen podido salvar?

Su aldea de ninjas y la de los demonios Hiyoku se conocían desde hacía cientos de generaciones, desde que uno de sus líderes ninjas tuvo un hijo con otro de los líderes Hiyokus. El niño había crecido fuerte, sano, valiente, perfecto, casi como un semidiós. Prácticamente invencible, poderoso como ninguno y bello como el que más.

Fue con este hecho cuando ambos pueblos se dieron cuenta de que la guerra no llevaba a ningún lado, mientras que a los dos pueblos les beneficiaba estar en buenas relaciones con el contrario. Desde que se había realizado la alianza, muchos varones ninjas habían mantenido relaciones con los demonios Hiyokus, muchos habían tenido hijos, otros muchos se habían casado. Los ninjas protegían a su pueblo, y todos vivían felices y en paz.

Pero luego había empezado la época de guerras. El secreto de los hijos semidioses, la información sobre su hercúlea fuerza y valor se filtró, y dado que los Hiyokus son los demonios de la sensualidad y del deseo, muchos varones de todos lugares llegaron a las aldeas de los demonios con la única finalidad de utilizarlos para concebir.

Estos se negaron a ser usados como putas, y por eso comenzó la guerra. Empezaron a secuestrar donceles Hiyokus de diez a treinta años, que es la edad propicia para concebir, y a obligarlos a llevar a sus hijos en su interior. La situación era un desmadre, prácticamente había saqueos y secuestros todas las semanas. Parecía que iban a terminar con todos los Hiyokus jóvenes, cuando fue la guerra la que terminó, súbitamente.
Algo pasó, la gente dejó de sentir atracción hacia los demonios de la lujuria. Por supuesto, seguía habiendo violaciones aisladas, nada comparado con las masacres de antes. Nadie sabía el por qué se habían detenido.
Por eso, a los ninjas de la aldea de Konoha les había pillado este ataque a sus protegidos tan de sorpresa.
Uzumaki piensa en todo esto mientras termina de registrar otra casa más. Ya casi ha terminado de buscar supervivientes por toda la calle, sólo le queda registrar un monasterio que se encuentra al final de la misma. Uzumaki no cree que vaya a haber nadie escondido en el interior de un viejo monasterio, pero en su meticulosidad, se dice que es mejor asegurarse.

La puerta chirría al ser abierta. El monasterio es viejo, muy viejo. Es conocido como El monasterio de Senritsu por los vecinos de la aldea, aunque la belleza de su construcción y pinturas llegan aún más lejos que el nombre. Y parece ser que es el único sitio de Igawakure que los invasores han respetado.
El altísimo edificio está sumido en completa penumbra, sólo iluminado por un tragaluz en el techo. El haz de luz se halla justo encima de una especie de altar, que es lo único que se ve de la estancia. Todo lo demás que se encuentra en su interior es un completo misterio para Uzumaki, que, contemplando la hermosa visión del altar azul agua bañada por la luz de la luna, siente tristeza por pensar que posiblemente sea la última persona que vaya a ver ese paisaje de trágica perfección.

-¿A qué has venido, ninja?-suena de repente de entre las sombras, sacando súbitamente al guerrero de sus tristes cavilaciones.

Uzumaki, asustado, se gira a toda velocidad hacia el sitio de dónde ha salido la voz.

-¿Q-qué? ¿Quién habla?

-Pregunto que a qué has venido. ¿A contemplar lo que has hecho, quizá? ¿A regodearte de nuestra desgracia?

Una figura se abre paso entre las sombras. Es un hombre mayor, cargado de espaldas, calvo y con varios dientes de oro. Su expresión es medio desquiciada, atemorizante. Lleva en los brazos a un niño pequeño, un bebé de dos o tres años.

-¿Quién sois?-pregunta Uzamaki, tentando uno de los shuriken que lleva escondidos entre las ropas, por si lo tuviese que utilizar.

-No eres digno de saber mi nombre.-responde el hombre en tono decidido y grave.- Ni tú ni ninguno de esos traidores que te acompañan.

Uzumaki enarca una ceja.

-¿Traidores?

-Sí, traidores.-repite el viejo.- Mira a tu alrededor…mira en lo que se ha convertido nuestra hermosa aldea. ¡Vosotros jurasteis protegerla! ¿Has visto las hileras e hileras de cadáveres? ¡También jurasteis proteger nuestro pueblo!  Cuando esos hijos de puta nos atacaron, nuestro único y último pensamiento fue para vosotros, nuestra única y última esperanza fue que vosotros nos salvaríais…-entorna los párpados.- Pero no lo hicisteis, preferisteis abandonarnos a nuestro destino.

Uzumaki vuelve a sentir el sentimiento de culpa retorcerse en su interior, pero esta vez lleva consigo el de indignación también.

-¡Fue un terrible error!-exclama.-¡No pudimos llegar a tiempo! ¿Vos de veras pensáis que si nosotros hubiésemos podido acudir antes, hubiéramos decidido abandonaros a vuestro destino? ¿Después de todos nuestros años de alianza y amistad?

El anciano traga saliva exasperadamente, como reuniendo paciencia. Con pasos largos y lentos, cruza la capilla del monasterio entre la oscuridad y abre la puerta de entrada, dejándole ver a Uzumaki el desolador paisaje que se encuentra en el exterior.

-Mira bien, guerrero ninja.-comienza el anciano.-Observa a lo que han llegado todos nuestros años de alianza y amistad.

-Vos no podéis culparnos…-Uzumaki siente como la boca se le reseca.-Fue un error.

-¿Fue un error?-Enarca una ceja con claro escepticismo.- ¿De veras fue un error? Bien, reparadlo.

Alza una mano y dobla el índice y el anular dos veces, llamándole, invitándole a acercarse a él.

Uzumaki se acerca al anciano, guiándose por la luz del exterior para caminar en la oscuridad. El viejo le tiende al bebé que tenía en los brazos y Uzumaki, sorprendido, lo recibe.

Mientras lo acuna entre sus brazos, siente una especie de calor, tierno, agradable, hogareño, al sentir el suspiro de la criatura dormida sobre su brazo. Con tan sólo mirar el pálido rostro, enmarcado por una rebelde mata de pelo color azabache intenso, ya siente que le quiere.

-Se llama Sasuke Uchicha.-se oye decir al anciano.-Es el único doncel que ha sobrevivido al ataque de esos bestias.

Uzumaki acaricia el pelo del bebé con ternura, mientras atiende al anciano.

-Llévatelo a tu aldea, edúcalo como si fuese uno de vosotros, trátalo como si fuera tu hijo.-continúa a media voz el viejo.

Entonces el guerrero ninja alza la vista, sorprendido por la gravedad de la proposición. Pero esta está a la altura del intensísimo momento, de la emoción  y urgencia que revelan los ojos y el tono de voz de su interlocutor. El hecho de que justo el niño haya sido encomendado a él en el monasterio de Senritsu, en ese paisaje de profunda y serena calma, hace reflexionar a Uzumaki sobre la existencia del destino. Y sólo asiente, plenamente consciente de a lo que aceptaba.

 -Prométeme que lo cuidarás.-susurra.

Uzumaki vuelve a asentir.


-Lo haré.